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Artículo principal - Edición No. 263 - Junio de 2004
Don Alvar comenzó diciendo: “Agradeciendo la gentil invitación de mi buen amigo, don Luis Jiménez, tengo el placer de encontrarme reunido con ustedes, para ofrecerles una breve charla sobre algunas cosas de mi pueblo, Escazú.
Pero, antes de seguir adelante, quiero ser honrado con ustedes y conmigo mismo, para hacerles saber que no soy un conferencista, ni mucho menos una autoridad en la materia. Otra cosa quizás hubiera sido, si en lugar del tema que se me dio, me hubiese tocado hablarles del reglamento de fútbol, ya que en ese campo —perdóneseme la inmodestia— si soy más versado, por el hecho de haber ejercido con bastante buen suceso la difícil tarea del referato durante 29 años, dentro y fuera del territorio nacional, y 12 años más, como instructor de árbitros de la FIFA, para dar cursos, charlas y conferencias sobre este apasionante tema del arbitraje del fútbol en todo Centroamérica, Panamá, México, Venezuela, Estados Unidos, algunos del Caribe, y también en mi país.
O bien, sobre temas de carácter postal, ya que en este campo tengo más de 25 años de trabajar en el correo y haber recibido cursos de administración postal en Estados Unidos, Puerto Rico, Perú, Chile, Argentina, Río de Janeiro, Uruguay, Venezuela, España, Roma y París.”
Acto seguido comenzó don Alvar a ocuparse de los temas ya indicados sobre Escazú. Al finalizar su exposición, fue largamente aplaudido por su bien documentado trabajo y por la facilidad, propiedad y claridad con que lo desarrolló. No más terminados los aplausos, don Alvar ofreció excusas a la audiencia para abusar un poquito más de su atención, con el fin de contarles dos chistes, diciéndoles: Al comenzar mi intervención, hice alusión a dos temas que yo creía dominar muy bien. La actividad arbitral del fútbol y la del correo. Pues bien, a pesar de ser dos actividades bastante serias y responsables, los dos chistes que les contaré, les hará ver lo injustamente incomprendidas que ellas son.
Así pues, comenzaré primeramente con la del arbitraje de fútbol, quizás la más llena de incomprensión, para decirles que cierto día se encontraba allá arriba San Pedro y el diablo bastante aburridos. No había nada que hacer. Fue así como el diablo, maliciosa y burlónicamente, le propuso a San Pedro la siguiente idea: “Mira Pedro, aquí no tenemos nada que hacer y ambos estamos bastante aburridos. Se me ocurre entonces en proponerte jugar un partido de fútbol, y estoy seguro que te lo ganaremos y por goleada.”
San Pedro le responde: “En verdad que te crees muy listo y no lo sos. No te das cuenta de que aquí están conmigo los mejores jugadores del mundo: Garrincha, Zico, Di Estéfano, Maradona, Pelé y otros más y por lo tanto sería imposible que me ganaran”. Y muy irónicamente le responde el diablo de inmediato: "Sí, pero mira a quien tengo yo: al árbitro".
Ahora el del correo. Para nadie es un secreto que para fin de año, en el mes de diciembre, la correspondencia aumenta en forma considerable. Aproximándose Navidad, los carteros de la Central de Correos, se encontraban una mañana bastante ocupados acomodando las cartas y preparando el “volado” para irlas a repartir cada una en su sector, cuando de pronto, uno de los carteros dijo a viva voz encontrarse una carta que llevaba la siguiente dirección: “Para el Niñito Dios. Dirección: El Cielo.” Se la entregó de inmediato al jefe de ellos y la curiosidad y los comentarios no se hicieron esperar. El jefe, al darse cuenta de que la carta no llevaba estampillas y que estaba semi abierta, dispuso sacar su contenido y leerla en voz alta. Esta decía: “Querido Niñito Dios: Usted mejor que nadie sabe que nosotros somos muy pobres. Ni papá ni mamá nos podrán comprar nada para esta Navidad a mis dos hermanitos y a mi. Por eso es que de corazón te pido, sabiendo de tu inmensa bondad y cariño por nosotros los pobres, que me mandes a vuelta de correo ¢1000 (mil colones) con los cuales pueda comprarle algo a mis hermanitos, a mis padres y a mi un regalito y así pasar una feliz Navidad. Esperando me sepas comprender y perdonarme por la molestia que te ocasiono, te doy mi dirección en forma clara al confiar que me has de mandar lo que de corazón te pido. Muchas gracias de antemano, fulano de tal”.
Los carteros, al conmoverse por aquella misiva, dispusieron realizar entre ellos una colecta. Pero siendo servidores de muy escasos recursos económicos, apenas lograron reunir ¢500 (quinientos colones). Y cambiando el dinero recolectado por un billete de ¢500, lo pusieron en un sobre, le consignaron la dirección y encargaron al cartero que le correspondía ese sector, hacer la entrega en forma personal.
En la tarde de ese mismo día, los carteros fueron informados de que la misión había sido cumplida y que al entregarle la carta al niño, fue tanta su alegría que salió corriendo y ni las gracias le dio al cartero por habérsela llevado. A los pocos días, nuevamente la historia se repite y al encontrarse otra carta igual, se dan cuenta de que procedía del mismo niño; de nuevo la abren y al leerla, los carteros esperaban confiados en el agradecimiento del pequeño. Realmente este venía, pero en qué forma, pues la carta decía: “Querido Niñito Dios: Muchísimas gracias por haber escuchado mi ruego. Pero ya ves, que por no certificar la carta, los sinvergüenzas del correo se dejaron la mitad. Solo me entregaron ¢500.”
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