15 de diciembre de 1996

Los últimos vestigios del Escazú de antaño

Estar frente a una de estas casas de adobes, de singular belleza, es como retroceder en el tiempo y sentirse empapado de toda una herencia cultural.


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Durante más de 180 años esta casa se impuso al tiempo, hasta que un camión cambió su suerte.
Foto de arriba: 1988. Foto de abajo: 1994, poco antes de su fin.


Artículo principal - Ed. 186 - Diciembre de 1996

Marco Antonio Roldán

Ellas dieron abrigo a nuestros abuelos, y aunque de construcción sencilla, poseen una singular belleza, que expresa lo más profundo de nuestras tradiciones.

Es la casa de adobes, un tipo de vivienda que durante más de dos siglos fue parte importante del paisaje urbano y rural de nuestro cantón. Hoy día, aunque quedan pocas, éstas representan los últimos vestigios del Escazú de antaño.

De paredes muy gruesas, con piso de tierra y techo de tejas, nuestros antepasados construían sus viviendas con este material, que consistía en barro mezclado con zacate picado o bagazo de caña de azúcar, amalgamados por el apisonamiento de bueyes, y en algunos casos, por los pies descalzos de los peones, con lo que se formaban unos bloques, que luego se secaban al sol. Casi siempre eran hechas por el mismo propietario, con la ayuda de familiares y vecinos.

Estas edificaciones generalmente contaban con un corredor al frente, y a veces con uno o dos más a sus lados, donde habían escaños de madera para sentarse. Otras sobresalían por sus tapias entejadas, cubiertas de guarias moradas y veraneras.

En la parte trasera, algunas tenían un horno de barro, cuya parte superior tenía una forma semiesférica, y donde se horneaba el pan y los bizcochos. Además, en ese sector se encontraba el pilón de café, el molino de maíz de mano, el fogón de leña y el filtro de piedra, para purificar el agua.

Las casas de campo contaban a menudo con una troja, que era un galerón donde se guardaba la leña, la carreta y el yugo; mientras que una troje o granero de madera, servía para almacenar los frijoles, el maíz y el arroz.

Una característica de estas construcciones, es que se acostumbraba pintarlas de dos colores, los únicos disponibles en esa época: el blanco, que se obtenía de la cal, y con el que se cubría la parte superior de las paredes, en tanto que en la parte baja se usaba el azul prusia, color natural que se extraía de un arbusto denominado añil. Se dice que la razón por la que se daba esta combinación de colores, era debido a que como las casas no contaban con canoas, cuando llovía, el agua al caer en la calle, salpicaba y ensuciaba la parte inferior de la estructura, por lo que el color más oscuro abajo, disimulaba el problema.

El adobe fue introducido por los colonizadores españoles y resultó adecuado para solucionar un problema habitacional en una región que no disponía de recursos materiales ni humanos como en otras colonias; era sencillo de hacer y todo el material que se requería era fácilmente asequible.

Construidas sobre bases de piedra o terreno apisonado, para hacerlas más resistentes a los temblores, tenían ventanas de madera de abrir y cerrar, con total ausencia de cielo rasos, y por la naturaleza de sus materiales proporcionaban un ambiente fresco en los días calurosos y una adecuada protección contra el frío durante las noches.

El arquitecto escazuceño Jorge Grané, en un artículo respecto a las casas de adobes, escribió: “Las paredes se sostenían sobre fuertes zócalos pintados de color añil, creándose la típica secuencia del rojo (techo), blanco (paredes) y azul (zócalo), propio de la casa escazuceña, que han destacado en sus pinturas Fausto Pacheco, Teodorico Quirós, Chisco Salazar y Dinorah Bolandi.”

Posteriormente apareció la casa de bajareque, en la que también se utilizaba barro, pero con un procedimiento diferente, ya que no se hacían bloques, sino que se formaba la pared sobre una armazón de cañas de castilla, que se colocaban de manera horizontal. Estas casas resultaron más resistentes a los movimientos telúricos que las de adobe.

Hasta hace solo dos años existió una casa que figuraba entre las más antiguas del cantón, y que estaba ubicada 100 metros al sur de la gasolinera, en Escazú centro; se trataba de un genuino prototipo de la vivienda de antaño, construida en 1813, en donde la poca altura que había entre el piso y el techo, daba evidencia de la baja estatura que caracterizaba a la gente de antes, pero el destino provocó que un camión se estrellara contra ésta, destruyéndola y acabando así con un valioso legado de nuestros antepasados.

Dichosamente, Escazú es uno de los cantones del país donde se han conservado una mayor cantidad de estas reliquias centenarias, algunas de las cuales, dentro de poco tiempo, se encontrarían al amparo de la ley, previendo que vayan a ser demolidas por sus propietarios.

La Municipalidad de Escazú, con la coordinación del secretario municipal, Sr. Manuel Sandí Solís y la asesoría de la arquitecta Rebeca Escalante Casco, están trabajando en la selección de las casas que reúnan los requisitos necesarios, para que mediante ley de la República, el Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes, las declare patrimonio histórico, empezando con Escazú centro, y más adelante, con San Antonio y San Rafael. En las viviendas elegidas se colocaría una placa donde se expresa la distinción de que han sido objeto.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Esta casa fue habitada por mi persona, como último inquilino, como casa de habitación, mi nombre Alonso Cabrera (Popo).

Anónimo dijo...

Popo el hermano de mi primo Osvaldo?

Carol

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