15 de febrero de 1999

La ciudad que hechiza

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Los paisajes de Escazú hechizan a cualquiera.


Artículo principal - Edición No. 202 - Febrero de 1999

Alvar Macís Guerrero

Voy a contarles rápidamente una pequeña anécdota:

Estando un día en la sala grande del Correo de San José se me acercó un amigo para decirme que hacía días estaba por preguntarme algo y así satisfacer una curiosidad.

Antes de hacerme la pregunta, que yo desde un principio manifesté se la contestaría, me llenó de “piropos”, digámoslo así, probablemente para suavizar quizá un poco la respuesta. Recuerdo que al decirme que yo era escazuceño y de que toda la vida había vivido en Escazú, y que además sabía que había realizado estudios, viajando mucho, etc., etc., deseaba preguntarme por qué a Escazú lo llamaban la ciudad de las brujas, y por consiguiente, a nosotros nos decían brujos. ¿Qué, es que en verdad han existido o existen brujas o brujerías en Escazú?

Rápidamente le dije: Es muy simple la respuesta. No sabes que Escazú, además de estar muy cerca de San José, goza de un excelente clima y de una topografía realmente excepcional.

Sus bellas praderas y sus hermosas montañas hechizan a toda persona foránea que visita nuestro pueblo y que extasiados se quedan contemplando esa enorme montaña recollosa de la Piedra Blanca que se levanta imponente y majestuosa a unos 2000 metros sobre el nivel del mar, y que según geólogos eruditos en épocas milenarias fue cuna de un hijo de Vulcano.

Tras esas perspectivas, tras aquellas murallas, torres y campanarios proyectados sobre la lejana capa de nubes, surgen añejas y fantásticas leyendas de hechicería y encanto, entre las cuales se destacan en forma legendaria y tradicional, las figuras temerosas de los crédulos de la vieja Zárate y de la Tule Vieja.

Esa enorme mole de granito no solo es una belleza natural de nuestro cantón que cautiva o embruja a quien la mira, sino que como solía decir el recordado profesor don Benjamín Herrera Angulo: “es el centinela que cuida a los ríos que bañan nuestras campiñas, que dan la verde alfombra a sus praderas, y a los surcos fecundos de nuestra tierra el oro de sus rubias espigas y a las flores sus variados y bellos colores.”

¿Y qué decirle de nuestras bellas y agraciadas escazuceñas de tez morena y donaire sin par? Son en realidad lindas obras de Dios, que cautivan o hechizan a todas aquellas personas que las tratan, porque nuestra mujer —además de esas naturales cualidades— son bonitas y de muy sanas costumbres, que hacen de ellas la mujer ideal para la formación de un hogar.

...¿Y qué del pueblo en sí? Un pueblo atento y servicial con el foráneo que realmente hechiza a todo aquel que lo trata, ya que de inmediato se da cuenta de que está ante una gente que aparte de su alto espíritu de servicio, es un pueblo que sin ser “beato” es de grandes y arraigados principios religiosos, amante de lo artístico, en especial de la música, pues son muchos los escazuceños que saben tocar un instrumento: guitarra, violín, acordeón, marimba (contamos con la famosísima Marimba Escazú), piano, etc.

Ante un pueblo que canta y se alegra sanamente, y posee esos atributos, es un pueblo que contagia, por no decirte hechiza al foráneo con esa manera de ser.

A todas esas cosas y a otras más largas de enumerarte, son las que en realidad yo veo hechizan a todos aquellos que nos visitan, y es a lo que creo se deba el mote de Escazú, ciudad de las brujas. ¿No te parece?

Mi amigo, mirándome fijamente con una sonrisa me dijo: Te saliste con la tuya brujo bandido, pero en realidad me diste una buena contestación. No la esperaba así.

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