15 de octubre de 2001

Obras que merecen conservarse

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Artículo principal - Edición No. 233 - Octubre de 2001

Roberto Marín Córdoba

Alrededor del año 1920 llegó a la parroquia de San Miguel de Escazú, procedente de El Tirol, Austria, el conjunto de las catorce estaciones del Santo Vía Crucis.

Estas extraordinarias obras de arte religioso, elaboradas en el taller del prodigioso Ferdinan Stuffleser, constituyen verdaderos tesoros históricos y artísticos.

Durante casi un siglo, estas obras han contribuido en el proceso de evangelización, principalmente en una época cuando el arte y la transmisión oral de los mensajes eran prácticamente las únicas formas de difusión, ya que el nivel de analfabetismo era muy alto y los medios de comunicación escasos.

Pero en todo caso, todavía representan una alternativa para dar a conocer la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo, a quien debemos la liberación de nuestras almas del pecado.

Según nuestro ex cura párroco, el padre Walter Howell, Costa Rica es el único país de Latinoamérica que tiene obras de Ferdinan Stuffleser.

Las razones que mediaron para que las obras de este gran artista llegaran a nuestra nación, me lo explicó una vez el sacerdote al recordar a una viejecita que hace varios años le obsequió una colección de documentos y fotografías que pertenecieron a un cura alemán que fue muy amigo del escultor tirolés.

Ese cura, llamado Enrique Kern, según dijo la anciana —quien fuera su ama de llaves— le dijo a Stuffleser que en Costa Rica habían maderas preciosas muy aptas para la talla, por lo que decidió enviarle maderas a Europa para que las trabajara.

En consecuencia, aquellas parroquias donde el padre Kern laboró fueron particularmente beneficiadas con esculturas y tallas del artista, como el caso de la Catedral Metropolitana y la parroquia del Santo Cristo de Esquipulas de Alajuelita.

Afortunadamente, otras parroquias —como el caso de la nuestra— también adquirieron obras de Ferdinan Stuffleser, cuyo taller aún existe en Austria y algunas personas que han viajado hasta allá han constatado la autenticidad de las obras atribuidas a este taller en los archivos del mismo.

Hablar sobre el valor material de estas exquisitas obras de arte sobra. Lo que sí debemos tomar en cuenta es que más que su valor económico es el histórico, ya que son por si mismas un legado de nuestros antepasados y que por ello es nuestro deber resguardarlas y conservarlas.

Es probable que pocos de nosotros hasta ahora hayamos prestado suficiente atención a la forma categórica como aquellos hombres y mujeres del pasado manifestaban su devoción.

Recordemos que por aquellos años —década de los 20’s del siglo pasado— se elaboró en el taller de Urgellés & Penón la preciosa urna del Cristo Yacente, obra del imaginero Mercedes Guillén —capitán escazuceño del ejército aliado en la gesta heroica de 1856—, la cual fue traída en hombros por un numeroso grupo de hombres con pies descalzos, quienes salieron de San José por la noche y arribaron a Escazú al amanecer.

Restauración metódica

Las catorce estaciones del Vía Crucis se restauraron recientemente con una inversión de dos millones cuatrocientos mil colones.

No obstante, esta suma tiene poca relevancia ante la satisfacción de ver a numerosos turistas extranjeros que vienen a nuestro templo a admirar estas hermosas reliquias.

No han faltado los elogios recibidos vía Internet de amigos de tierras lejanas que a través del ciberespacio han conocido del esfuerzo de los últimos años de esta comunidad por salvaguardar este patrimonio cultural.

Las labores de restauración estuvieron a cargo de la empresa Museum S.A. —la misma que restaura las obras de arte del Teatro Nacional y la Catedral Metropolitana— quien estuvo dirigida hasta diciembre pasado por su fundador, don Raúl Aguilar (q.d.D.g.), quien fuera director de museos y artista experto en restauración.

Esa reconocida firma realizó la fumigación de todas las piezas para eliminar insectos, limpieza profunda de todas las partes, encolado, prensado y resanado de grietas y relieves.

Además, se repuso las partes más dañadas, y en los relieves se aplicó talla a mano para completar faltantes. A todo lo retocado se le integró el color original, luego de lo cual se enceró para darle mayor protección y finalmente barnizar con un acabado semimate.

Un aspecto primordial a considerar es la imprudencia o quizás ignorancia de quienes, sin la debida capacitación, repintaron éstas y otras imágenes en el pasado. No dudamos de la buena intención de esas personas, sin embargo, de ahora en adelante debemos velar porque las restauraciones sean hechas por expertos reconocidos.

Para terminar, los restauradores nos dan varias recomendaciones. Se debe evitar la manipulación de las obras, en especial las zonas laminadas en oro. Semanalmente se debe realizar una limpieza con brocha seca y de pelo muy suave o con un plumero, a fin de eliminar el polvo. Jamás utilizar agua, jabones, desinfectantes u otros producto abrasivos, y proteger las piezas del humo directo de las candelas, ya que el hollín se acumula en ellas.

1 comentario:

Juan Carlos Madrigal Marín dijo...

Hermosísima relación histórica que nos enseña, nutre y llena de orgullo y al mismo tiempo nos compromete a velar por que estos resoros permanezcan incólumes.

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